Los exámenes nos han acompañado a lo largo de los años, aspirando conocer el desempeño académico, evaluar conocimientos prácticos o descubrir áreas de mejora. Sin embargo, y en mi experiencia personal, he observado que estos discursos se han desgastado debido a la concentración de pruebas que más de ser desafiantes, no solo generan estrés, sino también desmotivación entre los universitarios.
Muchos estudiantes se ven decaídos al mantenerse en un modelo tan rígido de enseñanza-aprendizaje.
Por supuesto, hay alternativas e instrumentos que determinan de mejor manera la comprensión (si, comprensión) de temas. En lugar de promover un aprendizaje significativo, los profesores optan por la memorización y repetición de información, limitando el conocimiento a la retención (¿aprehensión?) en la memoria de corto plazo.
La situación se agrava al tomar los exámenes como una competencia superficial, donde la rivalidad y la presión por obtener altas calificaciones desgasta a los estudiantes física y mentalmente, dando pie a la ansiedad, el abandono y la pérdida de interés real por el campo de conocimiento impartido en las aulas.
En su artículo “Eliminar exámenes como forma de evaluación. Estudio cuantitativo al profesorado de estudios creativos”, publicado en la revista Crítica con Ciencia (2024), Rodrigo Urcid Puga evidencia el problema al mostrar a los exámenes como herramientas rígidas que no contribuyen al desarrollo integral del estudiante.
Existe una tendencia por una evaluación formativa que refleja la urgencia de una modificación progresiva en los planes y métodos de estudio del mundo contemporáneo, mostrando lo necesario que es buscar modelos de enseñanza más flexibles y cualitativos que desafíen a los estudiantes sin que ello les resulte extenuante, ayudándoles a desatar un potencial asociado con la creatividad y autenticidad.
El conocimiento, como todo en la vida, si no se mueve se muere. Los sistemas de evaluación que solo apuestan a asignar una calificación numérica dejando de lado la experiencia del conocimiento como habilidad y riesgo desperdician sobremanera las capacidades de la mente humana, y peor aún, las inhiben.
Pensemos en el tragicómico resultado de la comparación cortisol contra dopamina, que se corresponde con examen clásico contra resolución de problemas prácticos, trivia, juegos. Se intoxica la percepción del conocimiento, se nos inculca el amor por la innovación sin innovar.
Es necesario poner atención a los desarrollos sobre metacognición en aras de remodelar nuestros enmohecidos sistemas de enseñanza-aprendizaje, en los que las formas de evaluar el conocimiento son un síntoma de enfermedad terminal. Cuidado, esto también se parece a las sociopatías y las psicopatías de nuestros entornos urbanos en el siglo XXI.
¿Y tú que piensas sobre los exámenes escolares?










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